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Un empleado del consulado británico en Hong Kong denuncia que fue torturado por la policía secreta

"Estaba encadenado, con los ojos vendados. Me obligaban a cantar el himno nacional", relata Simon Cheng. El ministro de Exteriores británico ha llamado a consultas al embajador chino en Londres.

Desde China lo acusaron de ser un espía británico, un agente secreto, un 007 infiltrado en las protestas de Hong Kong. Lo detuvieron y lo interrogaron durante 15 días. Más de tres meses después, en su cuenta de Facebook y ante las cámaras de la BBC y The Guardian, el protagonista de esta historia, Simon Cheng, ha confesado que fue torturado por la policía secreta china.

Simon (29 años) trabajaba como oficial de comercio e inversiones en el consulado británico de Hong Kong. Su papel era conseguir inversores chinos para Escocia. Aunque, a medida que las protestas en la ex colonia se iban endureciendo, el empleado se ofreció voluntario para desempeñar otro papel adicional: recopilar información desde dentro de las protestas sobre la situación real que se vive en la ciudad financiera.

Y Simon cumplió. Se presentó como simpatizante del movimiento autodenominado pro democrático -según la versión de las autoridades británicas- y formó parte de los grupos de redes sociales desde donde se coordinaban las protestas, entonces mucho más pacíficas que las situaciones de extrema violencia que hemos presenciado estos días durante los enfrentamientos entre manifestantes radicales y la Policía.

Pero el pasado 8 de agosto, cuando Simon volvió a Hong Kong desde Shenzhen después de un viaje de negocios, fue detenido en el puesto fronterizo de la estación de West Kowloon. Ni su familia ni sus compañeros del consulado supieron nada más de él hasta el día 24, cuando Geng Shuang, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, confirmó que había estado detenido por haber infringido una ley de seguridad pública. La prensa estatal apuntó además que fue detenido por "recurrir habitualmente a la prostitución". Aunque Simon siempre lo ha negado, argumentando que los agentes le obligaron a confesar aquello. También a decir que tanto él como el gobierno británico habían participado activamente en favor de las protestas en Hong Kong.

"Estaba encadenado, con los ojos vendados y encapuchado", ha asegurado ahora Simon, narrando al detalle cómo fueron los 15 días en los que estuvo detenido. Empezando por los largos interrogatorios en habitaciones sin ventanas, siendo tratado como "un enemigo del Estado" y bajo amenazas constantes de acusarlo de "subversión y espionaje".

Simon denuncia que lo tuvieron aislado, que ni siquiera pudo hablar con un abogado; que lo colgaron y ataron a una "cruz empinada" y lo obligaron a ponerse de "cuclillas contra la pared bajo amenaza de golpearlo si se movía". También que no le dejaban dormir y que le "obligaban a cantar el himno nacional chino para mantenerse despierto". Que le ataron a una silla, le agarraron del pelo y que intentaron activar su móvil a través de su reconocimiento facial. Y que no dejaron de insistir, en todo momento, en que dijera cómo "Reino Unido estaba financiando las protestas y ayudando a los manifestantes".

Tras hacerse públicas todas estas declaraciones, Dominic Raab, secretario de Asuntos Exteriores del Gobierno británico, ha llamado a consultas al embajador chino en Londres para exigir una explicación. "Estoy conmocionado y horrorizado por el maltrato que sufrió Cheng mientras estaba detenido en China, lo que equivale a tortura", expresó Raab en declaraciones a la BBC. "Esperamos que las autoridades chinas revisen el caso y exijan que los responsables rindan cuentas".

La respuesta no ha tardado en llegar desde el gigante asiático a través de Geng Shuang, portavoz del ministro de Relaciones Exteriores, quien dio una rueda de prensa hace unas horas. "El departamento de seguridad pública chino garantizó todos sus derechos e intereses de acuerdo con la ley", dijo el portavoz sobre las acusaciones de Simon Cheng. "Él hizo una completa confesión sobre sus acciones ilegales", sentenció. La batalla de Hong Kong ha salido de las calles y ya apunta a un conflicto diplomático internacional


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